La obra del Espíritu Santo, consiste pues, en el acabar con la vida del yo y del pecado. No podemos tratar de crucificarnos a nosotros mismos ni mutilarnos dándonos golpes de toda especie, pues cada vez que hacemos algo, fallaremos en alguna parte vital, y el viejo yo surgirá vivo de todo el proceso. La espada de fuego es la única que puede dar el golpe mortal a la vida del hombre natural que sólo piensa en sí y que se destruye a sí mismo. Por eso, leemos en el capítulo octavo de la epístola a los
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